Carlos Geminiano.

En la época en que hombres y mujeres estuvieron aptos para la auto percepción, hablamos del homo sapiens hace unos 150 mil años aproximadamente, es decir, comenzaron a tener conciencia de sí mismos, las diferencias se fueron fincando de manera cuantitativa y sensitiva, fue ese el primer mecanismo de diferenciación.

El hombre era por lo general más alto, corría más rápido, saltaba más alto y probablemente ofrecía más resistencia a las inclemencias del clima, fue así como la mujer quedó relegada a tareas muy domésticas y consideradas como de una importancia menor.

Después, nuestra especie percibe que para tener éxito, en este caso para sobrevivir, también es necesario pensar. Sin embargo se da por hecho que si la mujer no es tan fuerte seguramente tampoco es tan inteligente; es decir, se interpretan dos conceptos diferentes de la misma manera; así, la mujer queda subordinada a las supuestas cualidades superiores del hombre.

Es indudable que el sexo, o sea las características fisiológicas, anatómicas y cromosómicas de los seres humanos, determina el destino de hombres y mujeres, y por ser éste el primer referente en el momento de la jerarquización de roles, la lucha por que las mujeres obtengan una paridad cultural en nuestros contextos deja ver una complejidad extrema.

Como la escuela del psicoanálisis lo exhibe, todo problema es un problema sexual, por lo que la reivindicación del papel femenino en la toma de decisiones y en los campos laborales es lo más alejado a una lucha contra el hombre. Se trata en realidad de lograr una desintegración conceptual, desligar lo femenino de su cárcel de delicadeza y debilidad, de lo contrario los hombres seguiremos pensando que debemos “ayudar” a la mujer a que se libere, lo cual paradójicamente convierte a éste en un fenómeno donde el cambio está en manos de lo masculino.

El acuerdo político y el consenso mundial no es suficiente. En 1995, se llevó a cabo la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín (Beijing), en este marco se invitó a los gobiernos a “integrar la perspectiva de género en todas las políticas y los programas para analizar sus consecuencias para las mujeres y los hombres respectivamente, antes de tomar decisiones”.

Podríamos tomar esta declaración como una muestra bastante válida de un acuerdo mundial que, como nunca antes, tiene a la mujer como causa y efecto del desarrollo de una nación, sin embargo, otra manifestación de la “equidad de género globalizada”, nos marca un elevado crecimiento teórico y al mismo tiempo un triste avance sustancial; entendido como el arranque de políticas públicas con altos presupuestos. Veamos el caso:

El pasado 3 de julio se llevó a cabo el coloquio europeo “Evaluación de Programas y Políticas en Europa: Culturas y Perspectivas”, en Estrasburgo, Francia, donde se pretendió evaluar a las principales políticas y programas públicos dentro de la Unión Europea. El coloquio giró en torno a bloques temáticos: dedicado a la evaluación aplicada a sectores específicos como las políticas de innovación, investigación y competitividad, sanidad, medio ambiente, servicios sociales, aduanas, etc. Tras una revisión del temario y los programas de trabajo para dicho coloquio claramente se percibe que los esfuerzos en materia de equidad de género siguen estando en el campo de la teoría, que no hay propuestas concretas de políticas públicas para que las mujeres se consoliden como una fuerza productiva en igualdad de condiciones.

Algunas de las conclusiones a las que se llegó en este coloquio nos hablan de que en el mundo el gasto público se centra en lo referente a salud, educación e infraestructura para el desarrollo, aseveración desde luego muy general, pues no entra en cuestiones de densidad de población, cifras exactas de presupuesto o características específicas de los sistemas políticos, sin embargo nos sirve para ilustrar la ausencia de un presupuesto fuerte para fomentar la equidad de género, pues aún los gobiernos del mal llamado “primer mundo”, no lo consideran una prioridad.